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El vínculo intrínseco de la Casa Walker y California con el diseño japonés
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La admiración que sentimos en Oliver Peoples por la habilidad japonesa de transformar lo sencillo en algo sublime es la inspiración para nuestra nueva colección de titanio, la Serie I.
El 13 de junio de 1945, la viuda Della Clinton Walker le escribió una carta a Frank Lloyd Wright con una humilde petición: «Soy propietaria de un cabo de tierra rocosa en Carmel, California, que se abre al océano Pacífico. Es llano y está ubicado al final de una playa de arena blanca. Me gustaría tener protección contra el viento y privacidad frente a la carretera, y una casa que sea tan duradera como las rocas, pero tan transparente y encantadora como las olas, y tan delicada como la orilla del mar. Usted es el único que puede hacer realidad este proyecto, ¿podría ayudarme?». Lo poético de tal propuesta seguramente despertó la curiosidad de Wright de inmediato. El arquitecto estadounidense, que en ese momento ya gozaba de renombre internacional, era conocido por su habilidad para armonizar elementos de la naturaleza con estructuras hechas por el hombre. Tres años después de esta primera carta de Walker, Wright ya había desarrollado el diseño de la casa y en 1951 se completaría la construcción del edificio.
Montura óptica TK-1 en Pewter, idónea para la elegante tranquilidad de la Casa Walker.
La Casa Walker, como se la conoce, sirvió de localización para la sesión de fotos de la última colección de titanio de Oliver Peoples, la Serie I. La colección cápsula fusiona los principios del diseño japonés con el legado de la marca para crear gafas hechas con gran atención al detalle y una mayor apreciación de la artesanía. En estas gafas se combinan técnicas modernas con una sensibilidad vintage, por eso son indudablemente clásicas. Se ha tenido en cuenta hasta el más pequeño detalle: desde la delicada filigrana geométrica hasta los extremos ponderados de carey. Cada par de gafas se ha diseñado utilizando los materiales de más alta calidad, y meditando cuidadosamente su aspecto tanto en el contexto del rostro como en la imagen que proyectan ante los demás.
La inspiración arquitectónica se hace evidente en la Serie I, particularmente en la filigrana geométrica personalizada, que se puede apreciar aquí en el extremo de TK-2 en Antique Gold, junto a los proyectos originales de la Casa Walker y el lápiz de Frank Lloyd Wright.
Un promontorio rocoso, el punto más lejano de la casa, está coronado por una pared de ventanas
escalonadas y un techo bajo. Se integra perfectamente en el paisaje local, gracias al empleo de
materiales autóctonos por parte de Wright. Las paredes de la roca de Carmel en tonos crema y beige dan
la impresión de fundirse con la arena, y el tejado de cobre, en pátina verde claro, parece reflejar la
espuma marina. Situada en la intersección entre tierra y agua, la Casa Walker pertenece, de forma casi
imposible, a ambos mundos.
La estética que lanzó a la fama a Wright se atribuye, en parte, a su
obsesión por el arte japonés —en particular por las xilografías—. Conocidas como ukiyo-e, que significa
«pinturas del mundo flotante», estos grabados conmovedores en su simple pero bella verdad, confiaban en
que, ante la ausencia de demasiados detalles, fuese el observador quien completase el significado. A
través del ukiyo-e, Wright desarrolló una filosofía de arquitectura orgánica basada en lo que él llamaba
la japonesa «eliminación de lo insignificante», una especie de credo al estilo de «menos es más» que
Wright aplicaría a las estructuras que construyó en todo el mundo.
La renovada apreciación por la artesanía caracteriza tanto la Serie I como la obra maestra arquitectónica de Frank Lloyd Wright, la Casa Walker en Carmel, California.
La exclusiva soldadura del puente de la TK-3 en Brushed Silver + Ash Blue Photochromic es una demostración de la atención a los detalles artesanales.
Estas monturas de titanio fabricadas en Japón crean un aspecto de refinado minimalismo.
En una mesa de la Casa Walker encontramos otro testimonio de la pasión de Wright por las xilografías: un
viejo libro, cuya cubierta es un espacio blanco decorado simplemente con un cuadrado rojo. A pesar de
que Wright se aseguró de recalcar que él se inspiraba en el arte japonés y no en su arquitectura, sus
estructuras muestran una notable similitud con la arquitectura nipona, en cuanto a su respeto por los
materiales naturales, su consideración por el paisaje, su relativa simplicidad y el uso de la escala
humana. Los edificios de Wright, al igual que muchos edificios en Japón, fueron diseñados para existir
en una comunión espiritual tanto con aquello que los rodeaba como con sus ocupantes. Desde fuera, la
Casa Walker tiene un aspecto sencillo y al mismo tiempo imponente. En el interior, sin embargo, es un
refugio de tranquilidad.
A pesar de que, en cierta forma, cualquiera puede apreciar el edificio,
existe una belleza reservada únicamente para el ocupante. De la misma forma que al sostener en la mano
un modelo TK de fabricación excepcional se aprecian la soldadura única del puente o las perforaciones a
lo largo de la parte frontal, la Casa Walker es una revelación: la de los pequeños y casi imperceptibles
detalles que, con el tiempo, desvelan al artesano que hay detrás de cada pieza. Por supuesto, Wright no
fue el único
arquitecto que se inspiró en el arte japonés. A lo largo y ancho de los Estados Unidos, y
particularmente en la Costa Oeste, se erigieron diversas estructuras para rendir homenaje al país del
sol naciente, unas veces sutilmente y otras no tanto. Richard Neutra y Rudolph M. Schindler, ambos
contemporáneos de Wright, incorporaron elementos,
Wright utilizó roca autóctona de Carmel tanto en el interior como en el exterior de la casa para crear un verdadero efecto de continuidad.
japoneses a su trabajo, como una escasa decoración y la manipulación de la luz. Juntos, Wright, Neutra y
Schindler lograron definir un lenguaje propio que hoy se conoce como el modernismo californiano, un
movimiento que se debe en no poca medida a Japón. No podemos evitar preguntarnos por qué precisamente
California es una tierra tan fértil para la filosofía del diseño japonés. Quizás es por el océano que
comparten, por su accidentado litoral o los terremotos que vibran bajo su suelo. Puede que sea por la
historia de aislamiento que tienen en común: Japón, un verdadero archipiélago remoto, y California, la
famosa última frontera, un lugar al que la gente acudía para escapar del mal tiempo y de las sobrias
tradiciones. Se puede argumentar que la lejana distancia de cualquier posible influencia les dio la
libertad, tanto a Japón como a California, para cultivar nuevas y espectaculares ideas que llegarían a
influirse mutuamente, así como al resto del mundo.
Naturalmente, el impacto de Japón en California
se extiende más allá del ámbito de la arquitectura, abarcando también el arte, la cultura, la
gastronomía y la moda. La misma fundación de Oliver Peoples está estrechamente ligada al país. Cuando
sus fundadores descubrieron por primera vez las gafas japonesas a finales de los años 80, inmediatamente
apreciaron su estética refinada y la destreza superior exclusiva de esta nación. Tal artesanía requería
un público más amplio. La primera boutique de OP, ubicada en Sunset Strip, abrió sus puertas en 1987 con
monturas producidas exclusivamente en Japón. Dos años después, el entusiasmo resultó ser mutuo; Oliver
Peoples abrió su segunda tienda, una boutique en Tokio.
La Casa Walker es un ejercicio de moderación en el que el color se aplica cuidadosamente y con un fin determinado.
TK-2 en Antique Gold sobre un libro de xilografías japonesas, un guiño a la pasión del arquitecto por estos grabados.
Al igual que a Frank Lloyd Wright, a Oliver Peoples le atrae desde hace tiempo la habilidad japonesa de
transformar lo sencillo en algo sublime. La osadía se esconde en los detalles más sutiles, la belleza no
tiene por qué ser obvia; puede encontrarse en la pequeña curva de una filigrana o en la elegante forma
de una lente. La ostentación no es sinónimo de valor, y los materiales juegan un papel inestimable en el
resultado final. Para poder alcanzar la perfección, no se puede pasar por alto ni el más pequeño
tornillo. Podría suponerse que Frank Lloyd Wright no sería Frank Lloyd Wright sin sus grabados
japoneses, y Oliver Peoples no sería Oliver Peoples sin su exposición y acceso a la artesanía japonesa.
En el contexto del extravagante paisaje que la rodea, la Casa Walker parece mostrarse respetuosa,
incluso mansa. Su sencillez es evidente. Su escala es humilde. La casa no domina el paisaje, sino que
existe integrada en él.
A miles de kilómetros del país donde Wright descubrió la filosofía de diseño
que marcaría su trabajo, la «eliminación de lo insignificante» pervive aquí y consigue transmitir la
sensación de ser al mismo tiempo totalmente californiana e inherentemente japonesa. En este trabajo de
Wright, ambos valores están tan estrechamente entretejidos que a veces es difícil distinguir cuándo
termina uno y comienza el otro. Una sensación similar de influencia intrínseca se aprecia en la
colección cápsula de Oliver Peoples Serie I fabricada en Japón. El prolongado vínculo de la marca con
Japón, que perdura
desde hace décadas, se hace evidente hasta en el último detalle. Los diseños soñados en los estudios de
Oliver Peoples en California cobran vida en las manos de los artesanos japoneses, que crean cada montura
con una perfección casi indescriptible. Al igual que en la Casa Walker de Wright, una ética subyacente
da el mismo valor a cada componente de las distintas monturas. Juntos, estos exquisitos aunque sutiles
detalles consiguen un carisma silencioso, eterno como la marea y duradero como la piedra.
El atardecer desciende con sus tonos dorados sobre la costa de California.
Texto: Jenny Bahn
Fotos: Rich Stapleton
Oliver Peoples TK: un homenaje al legado de la marca y la artesanía japonesa